¡Qué aromosos, bien mío, y estimulantes, son los besos todavía con las huellas delatoras de inmediatez del café recién salido del colador, de la greca o de las máquinas a vapor!
El café, todas las mañanas, me devuelve la vida sumergida en la dimensión del sueño, cansado mi cuerpo, sin horizonte inmediato, despierto-dormido, desorientado.
Amo, bien mío, el aroma del café, desde mis primeros años, cuando conocí la planta que lo producía y todo el proceso de elaboración. (secado, tostado, molido).
Tú también, cariño prohibido y lejano, amas el café y conoces, como yo, su procesamiento.
Y conoces la planta, que para desarrollarse y fructificar, requiere de la sombra amistosa del bucare, ese elegante y esbelto árbol, donde fabrican sus nidos alargados los conotos políglotas, imitadores del canto de otras aves.
No concibo la vida, bien mío, ni sin ti, ni sin el aromoso café.
Sólo es comparable el aroma del café, al que despides al salir del baño, cuando cierro los ojos alocados y descubro el sitio exacto donde estás con mi olfato.
Con tu aroma único, natural, viajo en un caballo blanco de sueños hacia mundos luminosos.
Con el aroma del café, al alba, inicio mi rutina diaria.