No podíamos permanecer, amor
en las desoladas estepas que el olvido
nos impone: llanos secos sin luna.
Nada crece en nosotros que no sea el dolor
la pena de estar separados, sin más
que el fantasma de los recuerdos.
Elizabeth, ¡Cuánto nos cuesta reconocer!
Tal vez cuando aquellas estepas crezcan
tanto que nos perdamos sin posibilidad
de un encuentro cierto, desolados por siempre,
añoraremos el jardín al que marchitamos.