Como niños que exploran sensaciones,
descubrimos los humedales del placer.
Esbozando sonrisas entreabiertas,
fuimos recorriendo nuestros cuerpos
en pinceladas surrealistas llenas de color.
Que nos invadían sumergiéndonos en un mar
de olores primitivamente penetrables.
Que se iban codificando, almacenando,
atravesando rincones inverosímiles
de nuestra lujuriosa mente.
Para quedarse allí anclados,
para torturarnos con su presencia.
Huellas del sentir imborrables,
que nos arrastran en su esencia
hacia el abismo insaciable
de nuestra mutua existencia.
Sabores todavía percibidos
con cada uno de los sentidos.
Alquimistas de nuestros cuerpos
transmutamos con el alma
cada huella dejada .
Místicos de nuestra existencia
alcanzamos el grado máximo
de unión
del alma con lo sagrado.