Quién ha callado la mortal congoja
—que, sin merced, despoja—
como al tropel vario de las olas
que libera el hoy de su agónica marea
en el mismo encaje de arenas
donde ayer el pescador, su presa.
Y en hora tal de vida y de condena,
quién ha de enmudecer al río serpenteante
—como eco de un grito en la pradera—
que reposa el gozo del suelo que le abrace
en el mismo torbellino de aguas
donde ayer el cielo diluvió sus lágrimas.
Quién ha de silenciar el ayer en mi alma
que invita a pasear por la vieja casa
donde dulces las guayabas y naranjas
aromaban la absoluta candidez de la mañana,
la misma que la noche, en las barcas dormitaba.
Y quién en patio de su antigua rama
con la misma cadencia de tiples y guitarras
—que hacían soñar dormida, soñar despierta—
donde hoy sólo las cigarras arrullan la tristeza,
harán igual que cuando en la vida pierda:
florecer como quien sana y se recupera
volver a ser niña, cisne de primavera,
lo mismo que al balcón, volver las astromelias.
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Propiedad intelectual Lucero Moscoso
Bogotá D. C. Colombia