ULISES CAPELO

Tú entre mis sueños calas, tu nombre lleva mi libro

Ayer… que anduve por la calle
mujer… me sentí un niño
cuando alcé a mirar al horizonte
y me topé con tu rostro fino,
sentí las mil vergüenzas
que jamás había sentido,
sentí mi corazón loco
achicárseme de a poquito.
 
Salí a caminar temprano
de alegrías invadido,
hube antenoche soñado
lo más hermoso y querido,
lo que una copa dibuja
para un ebrio empedernido
de sentimientos dorados,
de una mujer sin más lirios.
 
“Hube soñado que tú
salías dichosa conmigo,
sola, solo, los dos,
deambulantes por los floridos
prados de campos santos
tocados por angelitos,
donde te confesaba mi amor
y tú lo aceptabas todito.
 
Tus labios daban respuesta
debajo de un eucalipto,
no con palabras locas,
sí con tus besos de armiño,
perdíame más de pronto
entre los aromas del sitio,
pues el que despedía tu piel
era a todos distinto.
 
Cómo hervía mi sangre..!
topando tus labios finos,
y mi mente transportaba
a mi alma hacia el infinito;
mis manos fueron gigantes
sobando tu cuerpecito,
el mundo era pequeño
ay… tú y yo solitos.
 
Entonces de no tan lejos
divisamos muy colorido
un altar de blancos satenes
adornado por pajarillos;
allí donde un día hace años
posó de rodillas Cristo
diciendo que ese era el lugar
para nosotros escogido.
 
Agarrados de las manos
seguimos nuestros destinos,
y ya en el altar santo
tomamos a tres testigos:
al sol, a una paloma
y a nuestro Dios divino
ante quienes nos casamos
pasando a ser
tú mi esposa, yo tu marido.
 
Con una breve llovizna
en sol éramos bendecidos,
las flores bailaban amor,
las penas sólo el olvido;
éramos ya un hogar
con toda una vida y delirios,
tocaba vivir felices
forjando dicha a los hijos.
 
Fue así que de repente
sin mediar cópulas ni hechizos
puse mi mano en tu vientre
y en movimientos sentí a mi hijo,
allí te sentí más virgen,
bendita como la madre de Cristo,
madre de un hijo mío,
pues era yo el elegido.
 
Como el sol en oriente
crecía tu vientrecito,
los pajarillos entonaban
canciones de recién nacidos,
los árboles regaban hojas
que cubrían un hueco limpio
donde al calor de una hoguera
iba a nacer nuestro niño.
 
No era el mes de diciembre,
era en un mes distinto,
abril de las primaveras,
de verdes campos de trigo,
de versos de los poetas,
de locuras de los cuerdillos,
de cuando te daba mi amor
y éramos para un hijo.
 
Había nacido el muchacho,
un trigueño muy angelito
con aureola de un niño santo
formada por sus pelitos,
las alas eran sus brazos,
vaya… que en vuelo vino
liado a la vida de su madre
con un cordón por su ombligo.
 
Mira que en ese instante
volvía a nacer contigo,
las campanas repicaron,
los días cayeron sin ritmo;
espadas no blasfemaron
ni las voces clavaron filos,
todo era bendecido
por nosotros mortales vivos.
 
Y en sueño yo di un salto
hacia el futuro perdido,
me veía labrando campos
en compañía de mi hijo,
pequeño que con encanto
amaba la tierra y trigo
ensuciando su carita
cuando levantaba el rastrillo.
 
Pero esto fue más cautivante
durante esa jornada de cultivo:
verte salir de casa ruborizada
con dos regalos contigo;
el uno, el alimento sagrado
en el fogón de leña cocido;
el otro, otro niño en tu vientre
en amor puro concebido.
 
El cielo fue bondadoso
al darme un hogar como quiso
la madre que cuida mis pasos,
que me enseño a amar distinto;
mi riqueza invalorada,
pues no valía el materialismo,
sólo tú, nuestros pequeños,
nuestra grandeza y cariño”.
 
Por eso ayer que te vi
- dime si sientes lo mismo -
mi alma desmayeció
en segundos y fue marchito
el coraje que en palabras muestro
que por amor es tan chiquito;
fui por tu belleza grande
a polvillo reducido.
 
Me acordé entonces las veces
que en atardeceres sombríos
queriendo verte a hurtadillas
temeroso fui sorprendido
por tus claros ojos de luz
que recordaban mi estribillo:
“tú entre mis sueños calas,
tu nombre lleva mi libro”.
 
Y como coincidencia a todo
justo ayer a las cinco
hube terminado a los años
un pequeñito libro;
promesa que me había hecho
la primera vez que caminé contigo,
pues el nombre estaba dado,
- tu nombre llevará mi libro -
 
Quizá por todo este amor
hice de mí un chiquillo,
un ladronzuelo de miradas,
un cuentero de sueños finos,
un blasfemo de tu belleza
insurrecto a lo establecido,
un constructor de castillos en el aire,
un vagabundo sin su destino.
 
Quise salir corriendo
para ocultar mi humilde cariño,
y como si me hubiese clavado al suelo
se estatificaron mis piecesillos;
por todo mi cuerpo corrían
descargas de escalofríos
que alocaban más mi corazón
presuroso en sus latidos.
 
Inadvertida pasaste por mi lado
con tu novio, como alfiler prendido,
mira que dañina su imagen
que hasta a mi alma rasgó su vestido;
no di lugar a envidias,
creció en mí un capricho,
capricho de seguir amándote
- yo soy quien debe estar contigo -
 
Ayer… ayer que pasó todo esto,
- quien diría… qué sucedió conmigo -
terminé por la noche recorriendo calles
- quien sabe hasta qué horas haya sido -
mis ojos recibían del cielo
lágrimas que lloraban niños
por penas de soledad,
por la impotencia del elegido.
 
Cansé mi corazón
con tantos pensamientos vivos,
cansé mi corazón inundado de amor
con cientos de versos dolidos;
pasaron a ser mis sábanas
el sudario que había escogido
para cubrir mis sentimientos malvados
y enterrarlos cuando esté dormido.
 
Enterré todo lo malo,
me quedé con lo divino,
tú, un rosario plateado
y un crucifijo renegrido;
ante la bruma de la mañana
que el sol había despedido,
nuevamente dije:
tú entre mis sueños calas,
tu nombre lleva mi libro”.
 
Otro día es ya ahora
que muestra diferentes caminos:
tú con tu amor inocente
asediada por seres mezquinos;
yo con mis versos mal hechos
queriendo ser tu marido;
qué incongruente es el mundo
vaya… mundo de desobligos.