Juventud y vejez, niña mía, dos etapas vitales opuestas que, sin embargo, convertí en un todo con las primeras cuatro letras de vejez, inevitable para unos, imposible para otros, según el momento de la visita de la parca, y las cuatro últimas de juventud, llamada divino tesoro por el glorioso Rubén Darío.
No distinguí la llegada de la juventud a mi angustiada vida.
No he sentido la llegada de la vejez a mi atolondrada vida.
Vejez y juventud.
Juventud y vejez.
Juventud, símbolo de vitalidad cuyas mieles no probé.
Juventud, paso obligado para probar las hieles de la vejez.
Vejez que me anuncias que estoy más cerca de la parca que de la vida.
¿Es la juventud, niña mía, una condición biológica o mental?
¿Es la vejez, niña del alma, una condición biológica o mental?
Hay muchos jóvenes que actúan como viejos prematuros.
Hay muchos viejos que espiritualmente son jóvenes, por su comportamiento innovador, audaz, desprejuciado.
No es la vejez, niña encantadora, signo de sabiduría.
No es la juventud, niña primorosa, signo de ignorancia.
La sabiduría no es privilegio de ninguna edad.
En la primavera de nuestras vidas disfrutamos de la luz, del paisaje infinito y bello del mar, de las rumbas, de las tremenduras blancas.
En el otoño de nuestras vidas el cuerpo nos cobra, dolorosamente, el desdén e indolencia al cual lo sometimos en la juventud.
¡Qué horrible, niña, un joven viejo!
¡Qué admirable, niña, un viejo joven!