Carta I
Pasos dolientes, cavan una tumba entre mi amor y el tuyo, ajeno a mí.
Trincheras de sueños diluidos con mi sangre y tú sabia bendita, virgen entre todas las dichosas malsanas en el Edén. Entre tú y yo ya no caben metáforas efímeras, punzantes en el hueco de mi pecho, fermentando –Te necesito- en el eco, apagando lo nuestro en todo lo eterno.
Te diré cosas que no cabe decirlas en la hoguera del aborrecido amor tierno, pétalos dulces que sangran la imagen tuya guardada en el éxtasis de pensarte.
Eternamente tuyo, consciente estoy de ello...
Eternamente mía, consciente tu amor esta de ello, lo sabe, pero no lo advierte, para no dañarte, para que no ames a lo inocuo que es mi cariño malbaratado por musas afligidas de coros cantados y razones destruidas.
Todo es confuso, menos el lenguaje lateral y subversivo de tus manos. Ellas me demuestran su querer con el rozar de los petalos marchitos al caer.
Todo es confuso, menos el chubasco del pozo de agua sobrante de toda la sed de mi amor sin ti.
Todo es penoso, como el decirte –te amo- frente a un espejo estrellado, tras golpe, tras puñetazo de mi mano adolorida de tanto cantarte versos.
Todo sabe mal, menos el sabor de tu piel morena y delicada, desnuda ante mi fulgor casi imposible de existir.
Todo es incierto, menos mi adolorido final, que te busca en las páginas siguientes y le faltas.
Afligido está el amor por ti, pero deja calmarlo y dártelo, tal vez él te convenza de morirte en mis brazos en vez de morir en la carcomida calle cualquiera, de un cualquiera, que nunca te querrá como yo a ti, eres mi quebranto, mi dulce todo, mi dulce fin.