Mi prudente cautela arrasa,
a su antojo,
el sensual campanilleo
de su rubor de niña.
Con las pestañas bajas,
retuerce
un pañuelo.
Huellas embarradas
de una multitud,
fondo borroso y sin rostro,
me advirtien
el costo de la profanación.
“El furor de la noche
es el rencor del alba”
( aúllan ) y “la astringencia
del vinagre
la puesta de sol indeseada”.
Faro sin reverbero quisiera
en la tempestad
perdieses, el rumbo de tu
dominio leve,
sutil;
y enfrentar con mi impotencia
descarnada.
la férula sombría que no oculta
mi lóbrega invalidez.
Dispón de este cuchillo,
pruébalo en mi cuello y líbrame
del juicio y el rencor.
Hazme padecer por un dolor
que tal vez
merezca.
Perdigón azul,
sumido en la turbulencia: Dime…
si mi conciencia
es vergüenza, o mera mueca
de un blasfemo sin barras, ni
ruido de cerrojos.
Busco razones de mala fama
y encuentro
trazas de angustia.
Dónde encontrar tal vez al runrún
de las amapolas
pardas,
o la imperturbable melancolía
del crepitar de los leños.
Pero ahora,
aquí,
contigo,
la felicidad es manía,
lo tortuoso, práctica absurda
y el despecho
insana lasitud…
que corroe el alma. Auguro
el final
del sin fin,
agobiado por la desidia inútil;
la que alimenté
vanamente.
Despojo y espectro.
No busco una sepultura.
El amor no muere
ni arde.
Tampoco áspera mano cobijo,
eso es humillación.
Descreo de la soberbia
que alimenta cobardías.
Dibujo,
sobre la arena, promesas un tanto
hurañas. Un corazón
desgarrado.
La amazona en su alazán.
con herrajes de hierro blanco
cubre de azufre
y lamentos, un adiós desenfrenado.
La eternidad se ha tragado
el sin fin…
y acaso también
mi vida.
¡Ay¡ Cuántos nardos y centellas.
Que monstruoso
cerco de estrellas, se apoderan
de mi mente.
¿Por dónde transita el odio?
¿Quién juega con mis
delirios? Deambular por mil caminos,
escoger las
maravillas, motivar con velas bajas
el despertar
peregrino.
Peinetas de cuatro señoras,
un tranco de carro viejo.
Y tus ojos, tus pestañas bajas…
Un jirón de mundo alerta
que me consume
y desgaja, todo fruto de
ilusión.
La idea producto de apremios
es realidad sin dolor.
Qué digo…
Siempre la mente soberbia,
perdida
en concha de perla negra.
Incapaz de consumar
con dicha, el amor
del que con zozobra espera.
Pierdo la noción de volar.
Me invade la desconfianza.
Juzgo, con desconcierto
la estéril
creencia del insensato
y el capricho fatuo del monólogo
insomne;
que lacera, no se oye,
ni se siente.
Inútil palo mayor que se quiebra ante
tus pestañas… indiferentemente
bajas.
lgontade