En realidad, llegamos muy tarde
a casa, después de la cena
que tuvimos en la casa de unos amigos.
Le sugerí a mi esposa entrar a la casa,
antes de guardar el auto en el garage.
No estuvo de acuerdo con mi idea.
Pero me impuse, y lo hizo.
Se lo propuse porque me pareció,
que estaría más protegida,
por cualquier acontecimiento imprevisto.
Guardo el coche, cierro las puertas,
y casi justo al entrar a mi hogar,
se me aparece súbitamente
un tipo cubierto el rostro con una media.
Me pidió le entregase todo lo que tuviese encima.
Le entrego mi billetera con su contenido,
cuatrocientos pesos, mi reloj, y mi alianza matrimonial...
Me instó entrar a la casa,
para que le entregase todo lo que pudiese
en efectivo. Le dije que el único efectivo
que tenía, acababa de entregárselo.
Realmente no tenía dinero.
Mi temor era entrar a casa,
estando mi esposa dentro.
Aceptó mi negativa de entrar,
pero me dijo que le diese las llaves de mi auto.
Al principio me negué,
pero tuve que cambiar de opinión
porque sacó un revólver,
que sacó de una de sus medias.
Le entrego las llaves de mi coche.
De paso la llave del portón.
Nos dirigimos a él.
Abre, y se le caen las llaves del auto,
junto a su revólver.
Me dio la impresión de que estaba ebrio
o tal vez drogado.
Inmediatamente, alzo su revólver y le apunto.
Corrió hacia el coche.
Intenta abrir la puerta del vehículo.
En ese preciso momento aparece
mi esposa con una cuchilla en su mano.
Yo se la saco, y le grito que
entre a la casa, lo cual hace,
muy dubitativa, entre irse o quedarse.
Le exijo se vaya, haciéndolo.
El malhechor ya había puesto el coche en marcha,
pasa por mi costado,
y yo le tiré dos balazos en el rostro.
El coche se descontrola y choca contra un árbol.
Me acerco. Miro por la ventanilla,
y el delicuente, evidentemente,
estaba ya muerto.
Sentí un gran alivio.
Las circunstancias, me convirtieron en un asesino.
Mi vida o la de él.
Que la justicia me juzgue.
Todos los derechos reservados del autor (Hugo Emilio Ocanto - 01/06/2013)