Esbelta era Lolita, de melena morena, ondulada, muy
bien cuidada, y ojos negros como el azabache. Tenía una
chispa de alegría en su mirada que hasta el alma llegaba.
Aquella niña candorosa y apasionada desprendía ternura,
y sus labios eran bien perfilados y muy sensuales. No
necesitaba carmín ni pintura alguna. La lozanía y juventud
de aquella criatura provocaban admiración.
¡Que poco le duró su pureza y candor!
No fue una dama principal, sólo una triste ama de casa
que a este estado llegó obligada por su madre que pensaba
que de esta manera la protegería de la vergüenza de tener
que por hambre vender su cuerpo allá por la ensenada.
Su esposo, bastante mayor, carecía de atractivo alguno
pero era hombre de recursos para ganarse la vida. En aquellos
tiempos tan infaustos, era lo mejor que a la familia le
venía.
Desposada la muchacha con un hombre de tan poco
atractivo, se sentía desolada. Al llegar la noche sentía
correr por su cuerpo un escalofrío. El temor y el pudor la
superaban, por lo que se negaba a ir con él para la cama.
Mas quiso el infortunio que su marido no fuese un
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caballero, ya que aprovechando la juventud y buena
estampa de su esposa, la puso a trabajar de manera no muy
honrosa.
Por eso no replicaba el marido. Esperaba de ella cosas
más importantes, como venderla por el puerto a los oficiales
marinos, que eran los que manejaban buenos reales.
Mientras él recaudaba bienes en abundancia, a aquella
criatura se la sacrificaba en aquello de lo que su madre
deseó librarla.
De nada sirvieron lamentos, lágrimas ni palabras, aquel
esposo indeseable, bien vivía de chulearla sin dar palo al agua.
No mucho tiempo pasó, hasta que un oficial la conoció
y de ella quedó prendado, y hablando con el marido hizo
un trato. Al gandul buenos beneficios le trajo. Tal trato fue,
que no mandara a su esposa por los camarotes de los barcos.
Él le costearía todo el dinero que ella entregando su
cuerpo a otros ganaría.
Así la buena Lolita se quedó liberada de ser la más preciada
y cara “cortesana.”
Aquel hombre que la liberó de tan amarga vida, la trataba
con tanta delicadeza, que de día en día sentía que de
él se enamoraba.
Pronto el marido le exigía que con otros hombres se
acostase. ¡Había hecho un buen fichaje! ya que aquel sueldo
lo tenía seguro.
Con el tiempo la muchacha había aprendido a no tenerle
miedo e intentó escapar de su nido.
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Pero ¡Oh desgracia la suya! Encinta se había quedado, y
aquel marino no podía hacerla su esposa, ya que estaba
casado.
Logró con gran esfuerzo librarse de los deseos de su
marido. Él, le puso como condición, que el bebé llevase su
apellido y ella proclamara que de su esposo era la criatura,
a pesar de saber que el oficial era el padre.
Pasado el embarazo, volvió a la carga. Quería de nuevo
que la joven por los barcos volviera, diciéndole al protector
que ahora tenía que alimentar a una niña. El oficial
estando seguro de que era suya la criatura, decidió hacerse
cargo de su crianza pero esto no fue bastante, ya que el
marido quería el peculio y recurrió al chantaje de los
malos tratos a cambio de más dinero.
Ella ya tenía por quien luchar en la vida, así que sacó
de su flaqueza fuerza y se defendió de tal tortura.
Aquel hombre desaprensivo no quería dar escándalos
ya que por la vida iba de cornudo y apaleado. Decía que
tanto a su esposa amaba, que le consentía las traiciones, y
más ahora que ya tenían una hija que necesita de sus cuidados.
Al fin y al cabo, ella era muy joven, y si lo cuidaba
se conformaba.
Él pensaba que con estos engaños al pueblo tenía a sus
pies rendido, y que en vez de acusarle a él como proxeneta
mantenido, a ella la verían como una vulgar ramera. De
todo había. La gente estaba dividida, aunque más eran los
que de ella se compadecían y a él y a su madre maldecían.
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Una nueva desdicha llegó a aquel hogar en el que
desde que la niña nació más felices eran, ya que ella sólo
era amante fiel de aquel hombre que la respetaba y una
hija le había dado. Este era el mejor de los regalos a pesar
de haber sacrificado su nombre y apellidos, ya que las
leyes así lo exigían y su esposo, de esa manera, la tenía
retenida.
No, no fue una alegría, el saberse de nuevo embarazada,
ya que de miedo la llenaba la reacción de aquel hombre
que la tenía secuestrada.
Al enterase el oficial, deseó buscar solución; un piso les
pondría allá donde mejor les viniese y de su esposo la liberaría.
El esposo se dio cuenta de que se acabaría el negocio;
así que decidió tomar medidas y en casa la encerró.
Alguien había traicionado al oficial, que ayuda había buscado
para a su amada e hijos de aquel hombre liberar.
Mientras el marino estaba en alta mar, el desvergonzado
marido, obligada llevó a su esposa a extirpar al bebe de
sus entrañas, chantajeándola con que a su hija le quitaría
poniéndole una denuncia por ser mala madre y una adúltera
prostituta.
Él no asistió con ella al martirio que le había escogido.
Fue su madre, de manera que a la anciana también la hundió
en la miseria, y ahora para ella sería el martirio.
Al bebé, sí se lo arrebató, y con él, a ella le quito la
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vida, ya que de aquel infierno a donde la mandó no salió
con vida.
Pocos fueron a su entierro, ya que era según ellos, una
desbravada que no supo poner fin a esa vida de pecado,
mas pronto se olvidaron del causante de tanto daño.
No hubo rezos ni responso en la Iglesia, ya que en ella
no pudo entrar, porque dijo el Señor Cura que aquella alma
podrida ya estaba condenada.
Fue enterrada en sepultura sin bendición alguna. Sólo
las oraciones, lágrimas y lamentos de unas pocas persona
verdaderamente piadosas la acompañaron y a Dios por ella
rogaron.
Se le acabó la paga al más rufián de los rufianes; quien
bien lo conocía lo despreciaba pero a él eso poco más le
daba. Quien dudaba de si era cierto lo que de él se decía,
con cierto respeto lo trataban, pues sabían que muy buenas
artes no gastaba, que para vivir sin trabajar de cualquier
cosa se servía, así que más valía estar a bien con el diablo
que tenerlo como enemigo dándole la espalda.
La anciana durante años fue su criada. Bien vestido,
bien cuidado, por el pueblo se paseaba. La abuela, también
de la niña cuidaba hasta que él encontró otra nueva criada.
Su desdicha fue que la pequeña que tanto a su madre y
abuela quería, no se sentía feliz con su nueva esclava. Así
que aquella criatura un mal camino tomó, y sin remisión él
ya anciano vio cómo con el tiempo la joven, de malos
camellos se acompañó.
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Lolita, ¡Qué infortunio el tuyo! ¡Qué poco te duró tu
pureza y candor!
Así clamaban aquellos que bien la conocían, que veían
cómo su criatura por el mal camino se conducía, mientras
su corruptor, al final de su vida, de nada se arrepentía.
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Autora: Escapitina –Luisa Lestón Celorio
Del libro -DE CORAZÓN- Editorial Arcibel Editores-