La última vez que la vi
no se llamaba Eme, ni Ese, ni siquiera Erre,
no dejaba mensajes en mis ojos apocalípticos,
no se delataba contra mi en cuartos de baño,
no se dejaba querer entre cigarros apagados +
y luces a medio tiempo.
Podía sujetar mi pena
pero no podía arrastrarse conmigo a nuevas esquinas,
podía apaciguar mis ansias
pero no sabía descender por el poema
sin hacerme daño.
Yo la dejaba oculta entre la gente
y la dejaba esparcirse como el humo
que muere contra el viento y sabe a nada,
que se nutre del aire y del desconsuelo.
Yo la dejo en el mar tiritando en la orilla,
la cuido cuando pierde aviones,
la entrego al folio vestida de domingo
y para cuando huyo ya no hay platos sucios,
ni balcones habitados, ni canción de buenas noches.
La última vez que la vi
iba demasiado ciego para verla.