La luna de ladrillos giraba
en las fauces del viento amortajado,
yo caminaba con tu compañía
mientras las penas traían vidrios.
Era yo un lobo acuclillado
en tu corazón de porcelana.
Esa noche me recibió tu océano
de alcobas. La sangre aguardaba
en su milenio amontonado.
Tu ola enceguecida me quitó el temor,
y aprendí junto a los claveles
de tus muslos, cómo reclutar
el heroísmo esquivo.
Ah… qué débil me sentí en tu penumbra
abierta, la vida se me fugaba
con el pasado de un sueño,
con el estallido incierto en las entrañas.
Ah… tu noche extirpó la mansedumbre
en asesinato de grillos.
Tras la aurora de polvo, marché contigo.
Alimentado el lobo de montañas gastadas
y pelaje de arena.
Nadie nos vio huir en la cigüeña del viento.