Nunca se había parado a pensar en su vida. Nunca puso en tela de juicio su manera de vivir. Para ella su vida había sido la de una persona muy afortunada. Nunca le faltó amor; nunca le faltó un hogar confortable. Todo cuanto había hecho en su vida había sido justamente lo que tenía que hacer.
Así lo había pensado hasta entonces, pero ahora sí que comienza a repasar cómo había transcurrido su existencia. Ahora se da cuenta de que quizás se haya perdido algo por el camino.
En la soledad de aquella casa que durante tantos años ha estado tan llena de vida y que ahora está tan tristemente vacía, tan fría, tan lúgubre, siente cómo las horas pasan lentamente, cómo su vida se está transformando y cada día se le hace más penosa. En cada momento se le hace más difícil afrontar la triste realidad en la que se ve inmersa.
Nunca hubiera pensado que se iba a ver en esa situación, sobre todo habiendo sido tan dadivosa y tan entregada a su familia.
Comenzaba a entender a sus amigas cuando se quejaban de no ser valoradas por los suyos. Ella pensaba que nada tenían que agradecerle ya que todo cuanto hacía era su obligación. Y aún más, ahora sí que comprende a su cuñada Dora que siempre trataba de hacerla ver que su entrega tan efusiva le traería al final malos tragos, ya que los demás se sienten con derecho a recibirla mientras que jamás se la reconocerían.
No quería matar su aburrimiento y sus frustraciones visitando altares, y mucho menos metiéndose en vidas ajenas. Pronto fueron a invitarla para colaborar con ella en distintas faenas sociales. Eso le hizo pensar si a sus sesenta y cinco años no le quedaba otra cosa que vivir sometida de nuevo a disciplinas impuestas por no se sabe quién.
Ella siempre estuvo dispuesta a ayudar, pero ya está cansada de ser manejada por los demás. Ahora quiere sentirse libre para opinar y decidir por si misma.
Ahora estaba descubriendo que si había sido tan dichosa como ella presumía de haberlo sido, era precisamente por ser una inconsciente, una conformista llena de miedos, siempre sumisa a sus padres, a su hermano, a su marido y a sus hijos, y lo más triste, hasta a la familia de su esposo e incluso a sus amigos.
Por eso decían de ella que era una buena mujer, una verdadera santa -pensaba ella- que no vive precisamente las glorias de las que se presume que viven tan venerables señoras.
Desde que su marido se había muerto estaba inmersa en la más absoluta soledad. Pronto se olvidaron de ella aquellos que le prometían compañía y no abandonarla en ningún momento.
Sabe que nadie le debe obligación. Sabe que cada cual tiene para sí bastante como para dedicarse a ella, pero también se pregunta dónde están sus hijos y su hermano, ya que ella siempre estuvo a su lado cuando la necesitaron.
Contemplando el álbum de fotos, fue haciendo un recorrido por aquellos años que ella recordaba tan felices.
Durante su niñez no le faltó cuanto necesitaba. En el tiempo de escuela fue afortunada pues su madre era la modista de las maestras y ni qué decir tiene lo bien que a ella le venía esa situación tan privilegiada.
No fue menos afortunada su época de juventud. Felipe era su fiel protector y a la vez también le salvaba la vida -decía ella- ya que gracias a él podía salir tranquilamente los días de fiesta. Sus padres se quedaban muy tranquilos al ser sabedores de que su hermano la cuidaba. Su cuñada era la mejor amiga, pues al hacerse novia de su hermano, ella se vio favorecida. Seguía siendo una buena amiga pese a que su hermano en este momento no le dedique ni un solo instante de su tiempo a pesar de que se había desvelado por él en muchísimas ocasiones, ya que tras la prematura muerte de su padre, su madre cayó en tremenda depresión que a ella, aún siendo tan joven, la obligó a tener que hacerse cargo de la casa.
Siempre había soñado con estudiar secretariado, pero sacrificó su futuro para que lo hiciese su hermano, ya que su madre al quedarse sola no podía mantener a los dos estudiando.
-Es mejor que el hombre tenga una buena preparación, ya que son ellos los que tienen que mantener la familia -solía decir su madre-.
Ella no protestó. Se quedó en casa aprendiendo a hacer sus labores tal y como le correspondía a una buena ama de casa, y así le sería confirmado en su carnet de identidad: Oficio, “Sus Labores”.
Pascual era buen amigo de su hermano y pronto puso los ojos en ella, y ciertamente, ella no le hizo un feo. También se sintió muy alagada porque aquel joven tan guapetón le hiciese la corte.
Su boda fue un acontecimiento familiar muy esperado. No era una muchacha muy agraciada físicamente, pero su simpatía la enriquecía y su talento para llevar un hogar con eficacia la valoraba como mujer, y como ese era su destino, aceptó con alegría su compromiso.
Estaba comprendiendo cual había sido su gran valor personal. Era una buena cocinera; sobre labores sabe todo lo escrito; de limpieza y demás actividades del hogar no hay quien le ponga mano; de contabilidad nunca llegó a saber cómo andaba ya que su marido era quien decidía lo que se gastaba o se ahorraba.
La crianza de sus hijos no fue muy difícil puesto que fueron buenos niños y la autoridad de su padre no sólo se derramaba sobre sus criaturas sino también sobre ella.
Ahora sí que se está dando cuenta de cómo fue manipulada por su marido y por su familia. Sus deseos nunca fueron escuchados. Siempre se hizo la voluntad de ellos y se acostumbró a no ser consultada, a decir siempre lo que su marido quería oír, a ser la que tenía que dar respuesta a sus hijos en aquello que su marido se abstenía de hacer, y así era ella la juzgada por dura, por poco comprensiva. Su marido nunca dejaba entrever lo que pensaba, y de manera muy habilidosa la implicaba a ella para que ejecutara sus sutiles órdenes.
Los dos se sentían obligados a responder con gratitud a sus suegros ya que el negocio donde su esposo trabajaba era familiar, y por eso nunca fue dueña de un duro, y siempre tenía que andar mendigando unas monedas para comprar alguna cosilla que se saliese de lo que ellos llamaban artículos de necesidad.
No sabía si serviría para otra cosa aparte de ser una perfecta enfermera de su madre y de su suegra, y de ser una buena psicóloga que tantas veces tuvo que mediar entre las dos ancianas al convivir juntas durante un tiempo, además de ser también la mediadora entre sus hijos y su esposo.
Tampoco le dio tiempo a saber lo que podría ser en está vida, además de esposa fiel y amante bien pagada. Así que, alguna vez que oyó a su marido hablar de las esposas de sus amigos, no era difícil adivinar lo que pensaría de ella. No, no sabía lo que ella hubiera llegado a ser si no enfocase su vida por donde la guiaron desde su tierna infancia, ya que nunca le habían dado ocasión para saberlo.
Muchas veces intentó manifestar sus deseos de hacer alguna cosa más, aparte de las faenas del hogar. Otras tantas, deseó poder conocer lugares que para otras personas era tan fácil contemplar. También le hubiera gustado asistir al teatro o a algún espectáculo del que estaba segura que le sería gratificante disfrutar, pero nunca tuvo la fortuna de que aquello que le gustaba fuese del agrado de su marido. Se conformaba con lo que le tocó vivir, al fin y al cabo era mujer y ese era su destino.
Ya no tiene nada seguro. Ya no tiene seguro si verdaderamente aquella vida tan abnegada sirvió de algo. Sí, seguro que sí, pero no precisamente a ella, sino a quienes disfrutaron de su disciplinado comportamiento.
Ahora se encuentra sola, con una enorme casa que no puede mantener con un sueldo mísero. Su marido nunca quiso asegurarla en el negocio familiar, y además su cotización a la seguridad social era la mínima, de manera que la paga que le quedó de viudedad no le daba ni para mantener aquella casona enormemente grande, fría y vacía, que tampoco podía vender, ya que su esposo había dispuesto que la casa sería para sus hijos por ser herencia familiar. Ella sólo era la usufructuaria, así que si sus hijos no se hacían cargo de los gastos, no podía sostenerla.
¿Qué podría hacer? No podía a sus años cerrarse en una residencia. Las rentas que su marido dejó en la entidad bancaria eran mínimas y apenas con ellas podría pagarla. Tampoco su salud y sus años le permitían trabajar. No sabía qué hacer con su vida, pero tenía que buscar una solución.
¿En qué había fallado para que ahora que estaba necesitada, nadie acudiese a su vera? Sus hijos están muy lejos a causa de su trabajo, y no querían hablar de formar una familia. Se sentían libres y no deseaban que nada turbara su libertad, y no estaba dispuesta a ser ella precisamente quien frustrara sus ilusiones. No les diría que su padre no se ocupó de dejarla un poco favorecida económicamente para ir sobreviviendo.
Amparo, decidió al fin, hablar con su eterna amiga Dora, la única persona que nunca la había dejado de lado, y que ahora también el destino la había alejado de ella porque su hija la necesitaba.
Aquella tarde de domingo por fin salieron a pasear un rato. Era en mucho tiempo el único momento que se vieron a solas. Ambas habían buscado aquel momento con afán. Necesitaban hablar, comentar sus cosas sin la presencia de testigos. Ambas sabían de la necesidad que tenían de dialogar.
Tampoco Dora estaba pasando por el mejor momento de su vida. Desde que estaba al cuidado de sus nietos se sentía muy estresada. Eran tres criaturas muy seguidas, y no es lo mismo -decía Dora- criar a tus hijos con edad para ello, que ahora con sesenta y ocho años y con otro problema añadido, porque los padres se lo pasan todo, no les ponen orden, y los niños no aceptan que los reprendan y no sabe qué hacer.
-¡No puedo con ellos! -exclama muy preocupada-.
Durante un buen rato se desahogó contando sus preocupaciones y lo difícil que se le hacía aquella situación.
Cuando Amparo le contó sus problemas, Dora se quedó muy confusa, podía entender la soledad en la que estaba inmersa su cuñada, podía entender que ahora se diese cuenta de lo absurda que había sido su vida, pero no entendía que su cuñado no la dejase protegida.
Ahora, era Dora la que se sentía desbordada por las circunstancias, así que las dos a su manera podían decir que el hecho de ser mujer tiene su parte positiva, pero la negativa la oscurece de tal manera que hace desear dar gritos para no ahogarse en tanta rabia contenida.
La solución, ambas mujeres, sólo la podían encontrar enfrentándose a sí mismas. Saber en realidad lo que deben hacer de sus vidas y dónde poner el límite de su entrega.
Dora se sentía mal porque su yerno no aceptaba que se entrometiese en la educación de sus hijos. No pretendía meterse por el medio, ni quería dejar a su hija en la estacada, pero tenía que ponerles en claro que si ellos no podían responsabilizarse de la educación de los niños tenían que permitirle participar en la formación de sus nietos, ya que era la que se pasaba más horas con ellos.
Amparo lo tenía más difícil, sus hijos debían saber que no podía mantener aquella casona. Una solución podría ser alquilarla y buscarse un pequeño lugar donde vivir, pero eso no la iba a hacer recuperar aquel tiempo que no diría que fuese del todo perdido, ya que tuvo buenos momentos, pero sí había dejado de vivir su propia vida para que los demás vivieran las suyas a su costa.
Aquella conversación alivió el espíritu de Amparo y Dora, pero no tardaron en darse cuenta de que lo difícil no era divagar sobre cómo poner en práctica sus argumentos, sino que sus familias las comprendieran, puesto que al fin y al cabo las dos habían salido adelante echando valor a los problemas, pero el valor las llevaba a ser las sacrificadas. Se temen que las cosas nunca cambiarán para las mujeres de su época.
Los hijos de Amparo no querían perder el privilegio de tener su casa abierta cuando retornaran al pueblo. Se comprometieron a correr con los gastos, pero eso no le evitó a su madre el tener que estar al tanto de la casa, de tener que mantenerla al día y de tener que vivir sola en un caserón que cada día le hacía sentir más temor al aislamiento. Seguiría inmersa en su soledad sin poder disfrutar de unos días de descanso.
A pesar de haberse liberado de los gastos del mantenimiento de la casona su paga cada vez se hacía más exigua y no se atrevía a declarar su penosa situación.
Pese a ello, trató de llenar su vida compartiendo la lectura con su cuñada, que una vez liberada de la crianza de sus nietos se sentía más libre.
Se pasaban las tardes en la biblioteca por ser una buena manera de entretenerse y de ahorrar calefacción los días de invierno. Los veranos se dedicaban a pasear a alguna persona que se encontrase sola, y de esa manera se sentían útiles y llenaban su tiempo.
Ya no querían ver las labores delante de sus ojos. Nunca más, calceta; nunca más, punto de cruz; nunca más, encaje de bolillos; nunca más, pastitas de té. Ya no querían ser las perfectas amas de casa. Querían dejar de poner en el DNI: Oficio, “Sus Labores”.
Ironizaban con gran humor:
-Si tenemos la ocasión de volver a renovarlo, pondremos:
Oficio: “Mujer multiusos”, o bien: “Licenciaturas Varias”.
Así fueron llenando sus vidas. Así fueron dejando de lado sus frustraciones. Así se fueron engañando para poder sobrevivir.
Autora. Luisa Lestón Celorio
Registrado: TOMO -VIDAS ENTRE CELAJES -