Creo en el verbo de Dios porque alimenta mi fe, me regala vida en abundancia, enriquece mi sabiduría y aleja de mis sueños a los demonios de la noche.
Creo en la naturaleza, porque es la expresión prodigiosa del verbo en el día y la noche, vigilia y acción.
Y el ave canora que nos obsequia un concierto con cada amanecer.
Y el mar que nos prodiga alimento y su playa para que saciemos el hambre y sintamos la caricia de las olas en nuestros cansados cuerpos.
Y el Sol que aleja la noche y sazona las frutas.
Y la luna que marca el ritmo del oleaje marino y le indica al agricultor artesanal la fecha exacta de la siembra para cosechar buenos frutos.
Creo en la poesía, obra de las musas, porque me permite manipular a capricho el tiempo y el espacio, la verdad y la mentira, lo feo y lo bello.
Y creo en ti, amada, porque despertaste en mí el latente fervor poético que dormía desde hace milenios en el lugar más recóndito de mi atolondrada subconciencia.