Podrás mil veces oír que digo
que te amo.
O tal vez nunca lo diga.
Amada mujer, si yo mismo reclamo
en mis horas de agonía
este silencio putrefacto.
Podrás mirar mil veces este
mi rostro casi marchito
por el rigor del tiempo y la espera.
Y se que me perdonas
los momentos en que soy ostra
tirano, olvido y arcano.
Porque me amas y te amo
como aquellos benditos
locos que aún creen
en improbables milagros.
O como los desheredados
que aún creen en mejores mundos
en dioses buenos y justos.
Perdóname, amada, estas palabras,
toma mi mano, la noche ya llega.