Los aires y rincones olvidados de Valdivia,
con sus celestes y opacos atardeceres
silbando a la entrada del anochecer,
han enmudecido los timbres
armónicos de las aves.
A orillas del calle-calle juntos una vez
nos observó la tarde y se deleitó
con nosotros, levantó sus sombras
y al compás de las luces nocturnas
nos invitó a querernos, nos abrazó
con dulzura y nos abrió sus puertas.
El río con su continuo aleteo de sus olas,
que golpeaban una y otra vez
los pasajes de nuestra historia,
iluminando tu rostro de pasión
infinita y cubriendo tu cuerpo de amor.
La luna sonrojaba en el río y
tus ojos la miraban, tu boca
la cantaba, cada nota quedaba
esparcida en ese detalle, en ese
manantial de caricias, en ese rincón
del universo que esculpe tu nombre,
entre puente y puente, entre tu boca
y la mía, entre tus manos y las mías
que una vez más han abrazado la vida.