El viento ya no puede traerme
el siseo de tu frondosa cabellera
viejo amigo y centinela de mi infancia,
guardián de mis primeros pasos,
no sabes lo que siente el corazón
cuando veo los restos de tu esencia
reducida a un pobre tronco seco.
Enraizado en mi inquieta alma de cigarra
aun verdea tu prosaica vestidura,
me cubre tu abrazo generoso
de tupida sombra
parasol de la casa y sus fantasmas.
Apoyada en tu áspera corteza
lloré nostalgias primitivas
esas que de pecho adentro,
ya de tarde le voy poniendo palabras,
fue en tus profundas grietas donde escondí
mis perlas negras, las prisioneras trenzas.
Junto al oxidado arado
las ruedas de una desvencijada carreta,
se puede oír el doloroso quejido
de una cadera rota,
pesada dictadura rigiendo
los designios en la frente.
Me duele confesarte viejo amigo,
te digo viejo , porque te siento eterno,
que mis manos sueñan
las vetas olorosas de tu vientre
sobre la suave superficie de esta mesa,
en el gesto amargo de algún cristo abandonado,
o en el barquito de papel que surca
mis mejores sueños.
Quisiera apoyar en ti los codos
y el vaso con que brindo por los hijos,
por las lilas que perfuman sendas antiguas,
por los grillos que me pueblan de sonidos
y volver escuchar la algarabía guardada en tu ramaje,
como murmullo de amigos
acunados en el pecho.
Alejandrina