Hoy desperté quejumbroso y maltrecho
a causa de una angustia torrencial
que desgarraba con rabia feroz
la fragilidad de mi pecho.
Adorando la fiereza familiar
de tus ojos entornados
embistiendo mis desvelos.
Ahogando mis señas de identidad
con el peso de la humedad
que aún tengo clavada en el cuello.
Deambulando por tu voluntad
como un lazarillo sin dueño,
mutilando el sabor de la verdad...
...dando palos de ciego.
Para debatirme en un duelo sin piedad
entre la certeza de la ausencia de tu aliento
y la costumbre que me nutre en la voracidad
con que me ha desbordado tu cuerpo.
Así que me he aconsejado...
...un tiempo de intimidad
lejos de la penumbra
con que me deslumbra
el níveo reflejo de tu pensamiento.
Con el fin de conseguir apaciguar
este estado febril,
este calmo remordimiento
de olor a pan recién hecho.
Para poder asumir el veredicto final
de tener que morirme de nuevo.
No de amor, ni de ti...
si no más bien
morir del convencimiento
con el que anudé mi pasión
a tu imborrable recuerdo.