Subí sus ocho escalones, entré.
A la casa del Señor. Me persigné.
Me senté delante de la imagen de Jesús.
Recé en silencio.
Pedí perdón por mis pecados.
Y por los de todos los seres de este planeta.
Recé por ellos y por mí.
Me detuve por muchísimo tiempo
contemplando tu imagen.
Sin pensar, sin pedir, sin rezar,
sólo te miraba.
De cuando en cuando,
un pensamiento tenía en mi cerebro,
y te lo transmitía.
Estaba aislado del mundo,
sólo existíamos tú y yo.
Tú, mirándome con tus piadosos ojos
y mis ojos cubiertos de lágrimas,
y pensaba y mentalmente te decía:
\"Mis lágrimas son por las de ellos
y propias, Señor\"-
\"Señor... ¿sabes que te amo verdad?\"
Y tú seguías mirándome
con tus misericordiosos ojos...
\"Señor, ¿me amas?\"
Y mis ojos y los tuyos,
continuaban mirándose...
después me dio la sensación
de ver lágrimas en sus ojos,
lágrimas en los ojos del Señor...
No, no fue así, simplemente
fue una sensación de mi parte,
o, tal vez, interiormente,
hubiese querido ver sus lágrimas.
No fue así.
Tal vez, Él debe llorar por dentro...
Nosotros, el mundo,
no estamos comportándonos muy bien...
No me juzgues mal, tú que me lees,
no es mala mi intención,
sólo quisiera que ustedes y yo,
demostremos más amor hacia Él.
Me levanté, me persigné.
Sali a la calle, de vuelta
en contacto con el mundo,
pero no pude evitar
contener aún mis lágrimas.
Todos los derechos reservados del autor(Hugo Emilio Ocanto - 07/06/2013)