A cuestas llevo
el grito desesperado
de algunos besos suicidas
que quisieron caer de tus labios
y no acampar en los míos;
esos besos
que desgarraron mi alma
al sentir su caída
en este páramo de ilusiones
que reposa bajo mis pies.
Mientras caían esos besos
dejaban a su paso
vestigios de otros tantos
y de muchos abrazos fugados
que jamás pudieron ser tomados
por estos brazos
que apenas me cuelgan.
Ha sido mi tortura
ver las hojas marchitas
del árbol de un amor sin pasado
sin horizonte y sin historia
que albergó esos besos
durante muchas primaveras.
Puedo tener otros tantos como ellos
¡y hasta más!
pero jamás podré comparar su sabor
porque lo más bello que guardo de ellos
son tan solo los llantos y lamentos
de una despedida
a la que nunca la precedió un encuentro.
Aunque conozco el lugar donde han caído
no soy capaz de redactarles un epitafio digno;
sería como escribir al viento
o pintar un recuerdo en las nubes
del techo añil que me cubre;
porque para esos besos
siempre fui algo menos que un gran desconocido.
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