El testigo
Nadie volvió. La luna se hizo polvo,
todos los ministerios se volvieron telarañas,
la novia se agrietó sin hijos, sin vestido,
y en las calles los autos se arrojaron a los ríos.
Dicen que fue apenas perceptible,
porque hervían las ollas y los timbres sonaban
y en los televisores fue anunciada más lluvia
y en los lechos del amor la luna se besó con una almohada.
Dicen que no se supo quién fue el tonto,
si el primero en partir, si el que mirando
para atrás rodó en un llanto atormentado,
o bien el que ni vio la realidad de la hecatombe
y pronto en otro altar juró a otros dioses ser profeta.
Me dicen que ni voz ni despedida los espera,
que nada es como fue, pero que todo
persiste en su lugar en la memoria de esos días,
que en cada amanecer el sol pregunta
por ese porvenir al que acudían sonrosados,
por ese caminar del cual seguían las pisadas
creyendo palpitar cuando ni el tiempo palpitaba.
Nadie volvió, lo sé porque esperando
no vi a nadie volver desde la mágica glorieta
en que palabras y recuerdos se hundieron finalmente
con el amor que nadie más que yo albergó tras naufragio.
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08 06 13