Antonio Fernández López

PALABRAS.-

 

 

     Hay palabras que avergüenzan a cualquiera;

otras, en cambio, ostentan lo que nombran

pero, en el fondo, todas son inofensivas.

 

     La reposada música de \"muerte\",

las trompas estridentes de \"canalla\",

los violines sinuosos de \"mentira

o las voces limpísimas de \"amigo\"

no son, a fin de cuentas, sino música:

Un puñado de viento que se estrella,

un artilugio, un roce inofensivo,

un juguete arbitrario. La magia del sonido

no califica el contenido que transmite.

 

     Otra cosa distinta son los ojos que miran,

las manos que amenazan o la bocas que besan

a la vez que pronuncian los gritos de la sangre.

Otra cosa distinta es la raigambre que origina las palabras.

 

     Porque detrás de las palabras está siempre la carne,

la historia que las mueve: el amor que las encumbra

o el rencor que las entierra. Detrás de las palabras,

sobre todo, por encima de todo, antes que todo,

esta la ciencia que, parásita, las marca,

las define, las envuelve de ropajes y avalorios,

las decora a su gusto y hasta les pone precio.

Al parecer encuentra insoportable que vivan sin su yugo.

 

     Pero la voz es libre, gacela de los montes,

y viento y recorrido.

No es esclava del frío de las leyes. Ni de tumbas.

Pronuncia \"dentellada\" con la misma soltura que \"amapola\".

No se arredra de \"fuego\" ni \"amanece\" le emociona.

Su transparente corazón transcurre incólume

sin otro norte que sonar sin límite

navegando en el gozo de las articulaciones.