En la amistosa alfombra de la arena, blanca cual un copo de algodón, cual tu alma, bien mío, nos hemos acostado para sentir en nuestros cuerpos, blando el tuyo, con dureza de roca el mío, sus caricias, húmedas o tibias y vivenciar sentimientos de amor, paz y silencio, que sólo ellas, con su sonora mudez son capaces de proporcionar.
Allí, con la complicidad de las olas y del sol, que percibimos cercano, hemos regresado a nuestros primeros años de vida.
Tú, niña mimada; yo, niño sin consciencia de cariño.
Y hemos construido castillos de vida efímera como la flor silvestre que por un día ilumina los caminos; la espuma que se evapora con rapidez meteórica o mi alegría, viva contigo, sueño inalcanzable.
Y hemos sentido en nuestros pies, delicados los tuyos; ordinarios los míos, los besos húmedos y ariscos de las olas.
Y hemos disfrutado del ocaso, cuando el sol es tragado por las sombras de la noche para reaparecer en otro hemisferio.
Y hemos emprendido una romántica guerra de arena, sin víctimas, sin dolores.
Y yo te he alfombrado de arena hasta que pareces confundirte con ella.
Y hemos celebrado cual si fuéramos unos niños reales y no teatralizados.
¿Recuerdas todas estas experiencias alocadas, bien mío único, real y virtual?