No es la agonía delirante
de las noches
o el despertar silencioso del sol;
no es la lluvia clara
de los pétalos y las flores
ni las montañas
ávidas de color.
Es el amor
de los ojos que me miran,
las sonrisas
que sonríen
cuando cruzan
las palabras de mis versos,
el rumor de los labios
que hablan susurrando
sobre la vida
o
tus preguntas incesantes
y tus ganas de jugar,
de vivir,
de hablar
y de reír.
Y después…