Aunque esté irremediablemente loco, bien mío, no cierres tus oídos de antena cuando esté divagando y diciéndote palabras incoherentes, disonantes, absurdas.
Óyeme piadosamente.
Acaríciame suavemente, cual lo haces en mis breves momentos de cordura.
Dame una infusión amorosa de hierbabuena, manzanilla o citronela, luego de que tomes un sorbo de la taza de arcilla hecha con mis manos artesanales para sentir el antidepresivo de tus labios al sorberlo.
Aunque esté irremediablemente cuerdo, bien mío, y me encuentre en contacto con las musas que me inspiran y hable con duendes, hadas, fantasmas y otras criaturas que sólo mis ojos ven y sólo mis oídos escuchan.
Óyeme tranquilamente.
Y disfruta, cual si estuvieras sumida en el más profundo de los sueños.
Mi locura y mi cordura te pertenecen, bien mío.
Tú, dama única, eres dueña de la lira que no sé interpretar y de los versos que escribo cuando estoy en trances locos y cuerdos.