En tus ojos
la noche es presentimiento,
un cisne de sombras
aletea en el sosiego.
La soledad de los dos enlaza sus trenzas
de niebla,
y tu boca de rojo pez
tiembla en océano de sábanas.
Todo en ti tiembla,
como blanca burbuja en dedos
de la brisa. ¡Ah… surge un valle
en tu pecho, cascada dichosa es tu espalda!
Del alba a las estrellas siempre, a tu templo,
de ceremonias lo acreciento,
como si la vida misma
eligiera cargarte un muro de promesas,
como si renacieras en mis manos,
primer brote de mí consuelo.
Erré tantas veces en el atardecer,
que ahora a tu total mediodía de fragancias,
le cedo lealtad de ciervo.
Desesperado anduve con piernas de barro,
hasta que juntos hicimos residencia,
donde la nieve halló verano,
y yo saboreé el gajo de la utopía
y el lapso de mis pasos recorrió
intactas primaveras.