Quiero, bien mío, que los segundos, las horas y los días, trascurran con la rapidez del viento que apacigua las pasiones o del relámpago que desde su trono etéreo nos anuncia la llegada, que a mí me aterra, del trueno, anunciador de tormentas, cuando nuevamente me acompañas en el diminuto espacio físico de mi covacha.
Quiero, bien mío, tener el don divino para atrasar el tiempo caprichosamente y alargar así tu permanencia, sin que tengas consciencia de ello, en mi humilde pero acogedora covacha que tú, con tu presencia fragante y luminosa, engrandeces.
¡Qué ansiedad, bien mío, me arropa, cuando estás en la covacha, que yo, sumergido en mirífico sueño, llamo nuestra, aunque sé que nunca serás su huésped permanente!
Un segundo real tuyo, bien mío, en la covacha que sólo tú iluminas, se convierte con mi magia romántica en una centuria poética.
Un día real , bien mío, en la covacha llena toda de ti, se trasmuta milagrosamente en un milenio poético.
Siempre serás bienvenida a mi covacha de sueños, bien mío, aunque la ansiedad debilite mis nervios.