Siempre escribo para el día de las madres,
para mantener de la mía su vigencia,
pero debo reconocer
con remordimiento de conciencia
que nunca le he escrito a mi padre.
De él aprendí muchas cosas,
unas buenas, otras no tanto,
seguro no fue un santo
pero tenía una calidad humana
maravillosa.
La pobreza nunca mermó
su amor por sus hijos,
mucho menos su responsabilidad,
porque con sacrificio y humildad
cargó con entereza el crucifijo.
Por eso pido me disculpes padre mío,
realmente no tengo excusa,
hoy entono un mea culpa
para rendirte un homenaje merecido.