El oleaje golpea y salpica
el rocoso borde de la orilla
como un amor cuando suplica
y se hinca llorando de rodillas.
La orilla escucha el oleaje,
susurros parece que gritan
y en cada nuevo viraje
siente lágrimas que salpican.
El mar llega y se va de repente
la constancia de su ola, maravilla,
porque acaricia de modo frecuente
el rocoso borde de la orilla.
En este suplicante embeleso
el amor nace y se multiplica
y en las noches de luna lo confieso
se escucha la ola cuando suplica.
No hay súplicas válidas
en esta relación hermosa;
el amor es sedosa crisálida
que alberga con amor la mariposa.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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