La aterradora inquietud
que me agobia,
frente al inexpugnable
enigma del abismo,
entorna mis párpados
cuando arrobado
de cara al cielo,
en nocturnal rivera,
juego con la arena
entre mis dedos.
Se encienden por millones
los chispazos
del titilar asombrado de mis neuronas,
cuando pienso que hay,
en el alma arenosa de mi mundo,
menos granos,
que estrellas en el infinito cielo.
La Cruz del Sur me contempla
cortejada por Centauro,
que la abraza
con orgullo amante.
Y entre otras
me saludan párpadeando,
Sirio, la grande, y Rigel...
desde el curvado espacio celeste.
¡Qué paz!...
que templado ocaso
en el silencioso anochecer,
al que no turba el aura adormecida;
y es el único rumor de poesia
el susurro de la mar tranquila,
teniendo como lejano fondo,
un horizonte de perros...
como el de Federico Garcia.
La cresta de las espumosas olas
saluda a la luz que me deja,
y va desapareciendo,
su blancura en la noche,
hasta el día siguiente,
esperando el beso del sol naciente.
Y como queriendo elevarse
para alcanzar las estrellas,
el óceano pone mas cerca de mi
el contorno suave del agua,
llamado por la luna
con el suspirar de la marea.
Oyendo el susurrar
del negro mar
en esa noche hechicera
de espaldas a la arena,
vuela mi pensamiento
al universo entero.
En qué planetas
entibiados por soles
de tamaños y colores
tan variados,
que de la imaginación se burlan,
impensables criaturas
me estarán imaginando,
como yo las imagino...
y asi como las pienso,
estaré en sus pensamientos.
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Juan Maria