Me renueva con cada amanecer,
despertándome el sol con su brillo,
pinta mi lira en versos amarillos,
endulza mis oídos su tañer.
Alumbra su fulgor a mi plumier,
y yo cual un deífero sencillo,
compóngole al empíreo estribillo,
al ver pacible el día renacer.
No existe maleficio ni hay agüero,
que trueque la bondad del redentor,
la gracia que no compra -el dinero-.
Aquel don que lo goza el mundo entero,
y como fiel, prudente y bienhechor,
va alumbrando los lóbregos senderos.