A ti lejana
piel de mis horas desnudas
con bastante dolor -¿por qué negarlo?-
a un paso sin reloj del olvido.
A ti que fuiste el sol en el verano
la arena en mis poros hambrientos
la avidez en mis manos.
A ti que recorriste las vértebras del agua
tropezándote sola
y no supiste nunca ni del todo
espiga de quién fuiste.
A ti que por descuido aquí dejaste el aura
te dedico estos sonidos
que son pájaros ausentes
cementerio móvil de mariposas caídas
ojos heridos mortalmente por tus alas
que caen también definitivas
y se pulverizan en las sábanas santas
de esta cama sin sueño.