A lo lejos se oye llegar el carruaje con canastos de pan.
Las mujeres aguardan la tibia hogaza que alimente su afán, al son de: - ¡Panadero, panadero- !
Juancito por las calles silbando va.
Mi abuelo Francisco, artesano del pan y la abuela Isidra, llegaron de Aragón, la vieja España, trayendo bagajes con emociones, sentires y remembranzas.
Tantas heridas, historias de arraigos, desarraigos, eran inmigrantes, hombres y mujeres, alejados de su terruño. Ellos, quizás, dejaron en ti, surcos de ahíncos: Hallar un trabajo, de la tierra, un pedazo para labrar y tener los frutos para saciar el hambre. En tanta soledad del desamparo ansiaban crear una familia, rodeada de un digno hogar. Mandatos sagrados, impulsores de aliento y esperanza. Me legaste con amor y rigor cada uno de ellos. La vida hogareña, y valores: el honor, la lealtad, honestidad, educación, el amor al trabajo, fueron las razones de tu vida y forman parte del acervo y la memoria familiar.
Día a día con disciplina kantiana y el lucero en lo alto, desde casa partías, llevando en tu termo de cuero, un humeante y rico café con leche, que con tanta paciencia preparabas mientras yo dormía.
Paso a paso, rumbeabas hacia la Puerta Norte de los Talleres del Ferrocarril General San Martín, -Sección Junín-. Desde allí caminabas hasta sus oficinas. ¡Tantos viajes compartimos, desde la estación de trenes hasta Buenos Aires!
Recuerdo tu luchas, el entrañable amor y gratitud a Perón, a Evita. Nos enseñabas que durante su mandato, el trabajo fue generosamente digno y productivo, los humildes supieron del respeto, conocieron de derechos. El pueblo entonces, paladeó la alegría de ser reconocido como protagonista de una nación respetada ...
Por los jardines y huertas , retumban, se asoman y albergan, tantas risas, llantos, caricias, aromas, sabores, lugares, en los cuales, brillaron y se poblaron mis días.
Tus manos fuertes empujaban mi cuerpo tímido, para que subiera los peldaños de la vida. Así, hasta el cielo, en tus brazos el alma de gozo se henchía.
Hoy siento que vuelvo a la casa del ayer, soy la niña alegre, mimosa, que viaja entre cuentos y juegos, y al caer la tarde, rendida me duermo abrigada en tu pecho, querido Papá.
Aquella Casona, esconde fantasmas y ángeles. Ellos cuentan, la epopeya aquella, sumando los días, tareas y fatigas. Vos y mamá, codo a codo, cuchara en mano, salpicando mezcla, ladrillo a ladrillo construyeron cimientos, paredes y techos. Entre llanto y risas, derramaron cariños y suspiros. Así se erigió nuestra Fortaleza, el Castillo, donde enarbolaba mis anhelos de princesa encantada.
En un rincón rezonga una milonga. Mis pasos dibujan un dos por cuatro. El corazón evoca quejidos, tus manos y tus pies me llevan marcando el compás y nos vamos rodando, rodando, sin fin, por la vieja calle que me vio partir, cargando valijas de sueños. Allí está mamá, agitando con nostalgia sus manos, pronunciando adioses que nunca serán.
Te vuelvo a ver contento, ensimismado en tus pasiones, sonríes y entre tus manos tiembla el viejo, impecable bandoneón de la inolvidable juventud, que te abrigó de sueños
Acordes de un tango, se oyen a lo lejos y dibujan muecas, late pulso a pulso el entrañable corazón, son tus brazos que otra vez, me llevan hasta vos.
- Papá, hoy voy caminando. Junto a mis amores, solcitos tibios de mis días, luceros de mis noches. Sí, papá te extraño y evoco. -Rindo homenaje a cada gesto heroico, sembrado por la estirpe y tu genio, aquellos viejos ardores y loores, justos reclamos, caricias y retos. Respiro tu aliento, siento las fatigas y hasta la ternura de los muchos esfuerzos.
Tu ejemplo perdurable, fue dejando huellas, hoy sostiene el presente acunando nuevos sueños
Algún día, sin duda, volveremos a encontrarnos, en la Casa Grande. Allá, al pie de la Colina.¡Hasta entonces!
¡Te quiero Papá!
Elida I. Gimenez Toscanini