Amor, te cedo el río de mi vida, que te envuelva
como a una flor deshabitada.
En ti lo sagrado de un ave misteriosa,
extiende su ala hacia mi sombra vulnerable.
El alba hace tiempo clausuró su puerta,
el crepúsculo fui habitando,
solitario iba con la campana del silencio.
Pero en la distancia me observaste y tu flecha
de hoguera atravesó mi pueblo frío.
Mi instinto anhelante se adueñó del aire,
que olía a manzanas y bruma.
Sobre la infinidad sin forma nos hallamos,
cada cual con escudos inciertos, hasta acabar
con los corazones en la mano.
En medio del día abrióse el mar, los peces
de tus besos nadaron a la isla que para ti
había invadido,
ven con tu patria de caricias naufragadas.
Ven, mi amor, que el viento remendado por mi llanto
hará madriguera.
Ven, que el alma en mi pecho será quebranto
si no me traes la estrella del beso.
¡Oh! Desdichada fortuna, risa del llanto,
rasgo la guitarra que en mi pecho entona
su melodía escondida.
Con mi horizonte nublado te aguardé
cuando aún eras raíz creciente,
luego el mundo te acogió en su luz distribuida
y colocó en tu frente la potestad del firmamento
apagando mi fuego apagado.