EL REGRESO DEL POETA
Un día sin pensarlo… el poeta partió,
abrumado del ocio, cansado de los sueños,
tomó entre sus manos su valija de versos,
en ella él tenía guardada su tristeza para los días grises,
su soledad amada no la abandonaría,
se llevaría su pluma para pintar la lluvia en su cielo incoloro,
destiñó el arco iris de su sonrisa tersa,
se deslizó en el hielo de su frío camino,
las estrellas de azul dormían a su paso,
la magia de su boina y su vara de ensueño
ya no funcionarían.
Caminó entre penumbras, en los valles del hades,
cruzó cerca de abismos… luchó contra su muerte…
no se quiso dejar, vencer era su suerte…
aunque sus esperanzas ya no eran tan verdes.
Peleó contra el orgullo de su adorado pecho,
al fantasma del ego le enterró una punzada…
siendo de poca esgrima utilizó su espada
y con ella rasgo… el velo del olvido.
En las sombras buscaba la luz de sus ideas,
su noche ya sin brillo se negaba a la luna,
arañando aristas del sol y de una estela…
pudo deshilachar el manto de tinieblas.
Se paró en el ocaso y con sus mustias manos,
detuvo aquel telón que colgaba del tiempo/
no quería ser novela, mucho menos ser cuento…
deseaba ser poesía, volver al sentimiento.
El poeta lloró… lloró por la poesía/
recordó las caricias que le daba en su alma,
la gran satisfacción que sentía y la calma,
cuando él la veía/ acostada en su cama.
Que niña tan hermosa de esos ojos azules,
de esa risa de cielo arropada de nubes,
con su cara de luna y su aliento de viento…
anhelo sus suspiros, inspirado en sus besos.
No podía dejar, el morir a la niña…
pues en ella moría la mitad de su alma/
después de juramentos y de tantas palabras…
¡Cómo él se olvidaría de su pequeña amada!
Se le hizo difícil reencontrar el camino,
su regreso seria una lucha inminente/
volvió y se encontró con su enemiga muerte…
tenia que pelear, vencer era su suerte.
Sus lágrimas hicieron un río de nostalgia,
en él se abalanzó y nadó en esperanza…
dibujó con su tinta barquito de alegría…
y en él, él navegó… porque la encontraría.
En el puerto del alma le esperaba sonriendo…
ya toda una mujer/ repleta de te quiero,
saturada de paz, de amor y de ternura/
ahora él bebería de su tierna dulzura.
Juró y proclamó al viento y a la noche,
teniendo de testigos luciérnagas y a luna,
al búho, las estrellas, el pastizal, la duna,
al grillo trovador, y a la buena fortuna…
Que jamás dejaría desfallecer su amada,
que fue cosa de niños, el partir y dejarla…
que por su rebeldía se moría en su alma
y que en él vivirían… la dicha y la calma.
Y desde ese momento sobre un pliegue de sueños,
el poeta tendió su papel a lo inmenso…
y comenzó un poema que nunca acabaría…
ese poema eterno… el cual fuera su vida.
Todos los derechos reservados ©Aneudis Perez, 2009, prohibida la venta y reproducción de esta propiedad intelectual.