No hay manjar más exquisito, bien mío, que las frutas tentadoras del cercado ajeno.
El sabor del mango, esa fruta que crece silvestre en los montes que tú conoces y que yo conozco, es insuperable, cual la belleza del paisaje que nos obsequia Natura para recrear la vista y para sumirnos en la inmensidad de los ensueños.
¡Mango tropical, amarillo oro, o morado nazareno, que he tomado del cercado ajeno para obsequiártelo como ofrenda floral nutricia!
Níspero con la pulpa marrón suave que excita a la gula por rica, por provocativa, por su agradable sabor.
Ni los dioses, bien mío, han probado o gustado este manjar que nos ofrenda Natura para que disfrutemos de sus delicias y nuestros labios permanezcan unidos, brevemente, con el pegamento que despide al disfrutarlo.
Los he tomado para ti, bien mío, del cercado ajeno para multiplicar su ricura.
Tus besos y los míos pertenecen al cercado ajeno.
Y por eso son deliciosos, cual un hermoso sueño, cual el agua tomada en recipiente de barro cocido o cual el alba.