Santiago de Chile
Las calles apagadas de los pobres,
las mesas luminosas del pudiente,
las horas sin amor, las violaciones
del cuerpo, del derecho, del respeto,
la sangre en aquel río vuelto barro,
los hijos que no caben en palacio,
los rostros que pululan sin justicia,
las naves embargadas en los parques,
los niños sin candor, porque mendigan,
porque con golpes se sostienen en la escuela,
en sus casas, en las calles, en los diarios,
violados por sutiles reporteros,
expuestos en su atávica inocencia,
contando en tal flagelo con aplausos
de cada mercader o desgraciado,
los puentes que han cruzado los más nobles,
los jóvenes, los nuevos ciudadanos,
conscientes de su fuerza y de su rumbo,
contentos de limpiar el rostro al odio,
a aquella suciedad que nos carcome,
a aquella negación a ser felices,
y salen con pancartas y familias
y escriben en los muros y en la prensa,
en astros, en panales, en las torres
que no cejan en su alto crecimiento,
las hojas por caer del buen otoño
que cambia su tesoro por bufandas,
que entierra las semillas más solemnes
del viejo que al morir se vuelve surco,
montaña, nieto, libro abandonado,
deber de amar a todo el que es historia,
y en pleno centro el perro echado y quieto
que mira los museos y la iglesia,
la vieja catedral y el horizonte
que el metro bajo tierra también busca,
allí es Santiago el que camina,
allí celebro yo ser hijo suyo
y en pleno corazón de su miseria
me abrazo al luchador que lo fecunda,
seremos los que empujan hacia el hombre
sus calles ya despiertas en mi grito.
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21 06 13