Te has disfrazado de vida,
de árbol y montaña.
Te disfrazaste de tiempo
y de energía, de espacio
y pensamiento.
Hiciste de ti un momento
continuo, camino de parajes
infinitos cuyas alturas
no ceden a las alas
de mi espíritu.
Eres todo, invisible nada,
eres nada visible en todo.
El más clemente y el más fiero,
agua, aire, tierra y fuego;
éter y armonía sutil
en lo más íntimo,
dueño de ciudades y de mundos
de soles y precipicios llenos de bruma.
Eres la plateada espuma y la arena
para las plantas humildes del viajero,
el oleaje de las aguas,
el rumor del viento,
el crepitar del fuego
y el temblor cósmico.
Eres mi latir y mi corazón,
mi sangre y mi cerebro;
el paisaje más bello
y el yermo más indómito,
a donde voy te presiento;
te siento a veces abriendo mis ojos;
entonces me surge el deseo
de adorar tu presencia
en cualquier parte,
en cualquier momento,
en todo.