Era solo una sombra,
apenas una sombra.
Un saquito de huesos
con dos ojitos negros
que hacía que la angustia
tuviera propaganda.
No sé si era de Kenya,
de Zaire o de Uganda,
solo le vi sonrisas tan bellas y compactas
que toda mi vergüenza
saltó como en el aire
sintiéndome tan necio,
hipócrita,
cobarde,
de ver como la risa se asocia con el hambre,
sin que yo haga nada.
Y el mundo no se alarme.