Fue así ese quimérico instante
En el que tu cuerpo Aliviado
Yacía sobre mi dorso
Y tu agitado resuello buscaba volver
A su estado natural al compás
De la vibración de mi sangre,
Que nos sentimos solos en el mundo,
Tu y yo dueños de el, y podíamos correr desnudos,
Hacer el amor entre las ramas del árbol prohibido,
Y comer de la fruta prohibida.
La luna sin morbo miraba que
Yo te sentía mía, inmensamente protegido
Por tus labios que extraían de mi cuerpo
El veneno de la vida.
Dormida, yo te miraba, complacida
Esperando que un tibio sol nos despertara
Con su caricia, para alimentarnos el hambre
Que dejaron nuestras carnes tibias.
¡Qué dulces tus senos en la puerta de mi vida¡
Qué insolente el despertar
Entre el humo de los autobuses,
El correr bullicioso de la gente al campo,
El tortillero trémulo gritoneando,
La vaca amarrada al establo,
Los gallos canturreando y la dama oscura
Diluyéndose entre las espigas maduras.
Vístete amor mío que nuestra desnudez
Mortifica a los vestidos,
Pero tu sabor,
Tu sabor aun después de siglos
Lo llevo conmigo.