Cuando me veas triste, amada silenciosa, tararéame, junto a mis oídos, la canción “Susanita”.
Seguro que esta canción, amada, de la cual ignoro quién escribió su letra y la colocó en el pentagrama, mandará a la estratosfera la tristeza que me acongojaba, no sé por qué.
Cuando me veas callado, amada, yo que soy un fastidioso parlanchín, háblame con la ternura que sólo tú sabes prodigar.
Y mi increíble mudez de roca, de bóveda, de tapia, desaparecerá como por arte de magia.
Y te contaré el cuento que nunca habías oído de mí y te recitaré el poema que escribí para ti.
Cuando me veas preocupado, corazón, háblame con tu delicada voz para que mi preocupación se convierta en tranquilidad edénica.
Cuando me veas divagando, amada, pronunciando palabras incoherentes, como si estuviera loco, háblame con tu delicadeza musical para que recobre la normalidad.
Y entonces, amada, besaré tus labios como ofrenda romántica a tu abnegación.
Y brotarán lágrimas de mis ojos, no de tristeza, sino de alegría.
Y te amaré más que ayer y menos que mañana.