Murialdo Chicaiza

LA SILLA

  

Tantas veces me miraba desde aquella silla

con su mirada de gata con enojo y celo

mientras yo huía, de esa  luna que brilla,

de su rostro al cual quitar del misterio el velo

quería, inútil misión para un hombre sin prisa.

Y  cruzaba sus piernas arreboladas y de oropel:

el palpitar del escote, su traje negro, la sonrisa

de su carnosa boca, de la Minelli era el papel.

Era el Cabaret que disfrutaba al cruzar la calle.

Los años me pesan, el tiempo ha pasado

es inútil, ya  no hay huella que de ella halle,

solo la silla sabrá cuánto la he amado.