Tantas veces me miraba desde aquella silla
con su mirada de gata con enojo y celo
mientras yo huía, de esa luna que brilla,
de su rostro al cual quitar del misterio el velo
quería, inútil misión para un hombre sin prisa.
Y cruzaba sus piernas arreboladas y de oropel:
el palpitar del escote, su traje negro, la sonrisa
de su carnosa boca, de la Minelli era el papel.
Era el Cabaret que disfrutaba al cruzar la calle.
Los años me pesan, el tiempo ha pasado
es inútil, ya no hay huella que de ella halle,
solo la silla sabrá cuánto la he amado.