Ese día en el parque, éramos dos extraños, dos almas errantes en busca de un consuelo. Nos sentamos, nos hablamos y no reparamos en mirarnos. Luego, extasiados de tanta conversación, decidimos cruzar miradas. Y fue mágico ver como Sus pupilas se agrandaron y se posaron en las mías; cómo un destello de energía conectó nuestras almas con tanta alegría. Sonreí, sonreímos. Me había enamorado, y reía porque estaba al tanto.
Cuando me acompañó hasta la esquina de mi casa, yo esperaba un saludo habitual. Y en cambio, se acercó, me abrazó y me besó. Fue el beso más vivo que me habían dado. Fue alegría en la alegría, Sol en un día soleado.
Recuerdo aún sus labios, tiernos, dulces y cálidos. Después se fue, sin dar explicaciones, sin volver la vista atrás, sin reparar en lo que había dejado en mí.
Volví a mi casa, contenta. Había sido un día fuera del planeta Tierra; lleno de conversaciones místicas, de miradas profundas y de buenas vibraciones.
Y aquí estoy hoy... extrañando esas miradas que me transportaban a otras dimensiones, llenas de emociones, de todos los colores.