Rafael Blanco Belmonte
Voz de Gaviota Romero Blandino
¡Matrimonio feliz! Miran dichosos
correr por el jardín a sus dos hijos,
son de plata sus risas infantiles
y son de oro sus rizos
que vuelan agitados por los aires.
Descansan, luego un grito provocador
y el juego se reanuda
con más entusiasmo y más ahínco.
Algunas veces el uno en brazos del otro cae.
¡Cómo se quieren los dos niños!
Ella es fresca, robusta y apiñonada,
él, es un tanto pálido y raquítico,
pero ambos son iguales en amarse,
iguales en su eterno regocijo,
iguales en bondad y hermosura,
iguales en espíritu.
Una mañana, cuando alegres ambos correteaban,
fueron sorprendidos por una extraña visita,
era un lejano tío, médico de gran fama,
que al llamado del padre fue solícito,
porque le despertaban sobresaltos,
la delicada complexión del niño.
El médico lo toma entre sus brazos,
lo examina, lo ausculta
y sus carrillos besando con ternura
lo autoriza a continuar el juego interrumpido.
Jugaban a ocultarse,
la hermanita había hecho en la alcoba su escondrijo
y en tanto su hermanito la buscaba,
ella escuchó el pronóstico del tío.
-Amarga es la verdad
y me lastima tener que decirla,
pero es preciso,
este dulce calor de primavera
defiende su organismo,
le hace bien el aroma de las flores
y de los ramajes el oxígeno,
¡Ah! pero a la caída de las hojas
cuando esos tilos
la calzada alfombren de hojas secas,
tened resignación, ¡morirá el niño!
Pasó la jubílate primavera,
pasó el fecundo y caluroso estío,
a las primeras rachas otoñales
aquel ser enfermizo
demostró que el doctor no se engañaba,
fue perdiendo los bríos para jugar,
mostrando desaliento,
al comer era nulo su apetito,
y una triste mañana
ya su lecho abandonar no quiso.
Los padres permanecen largas horas
contemplando a su pálido enfermito,
que es el ser de su ser,
que es toda su alma.
¿Toda? ¿Y la niña?
El otro ser querido
que adora con pasión al dulce hermano,
¿Qué es de su alma de niña, lo más íntimo?
A este recuerdo se preguntaron ambos
¿Dónde está la niña? ¿Dónde se ha ido?
Que no acude a las voces del enfermo
que la extraña y la llama casi a gritos
Va la madre en su busca
y la encuentra vagando en el jardín
bajo los tilos,
en los troncos apoya una escalera,
y con el rostro abatido, pero con el paso firme
sube y baja de ella,
lleva un hilo en la mano derecha y una aguja
y con afán solícito, va ensartando las hojas
que del otoño al ósculo han caído,
y los vuelve a ensartar en los ramajes.
Desde que amaneció venciendo el frío,
se entregó a su labor,
el jardinero que asombrado la vio,
nada le dijo,
pero la madre al verla le pregunta:
-¿Qué hace mi bien querido?
Y la niña angustiada le responde:
-Oí lo que una vez dijo mi tío,
ya empieza la caída de las hojas...
ayúdame mamá, yo te lo pido,
que no se alfombre de hojas la calzada
para que no se muera mi hermanito.