Él primero sonríe, luego piensa
si ha de quitarle menos a los tubos.
Tomando alguno de ellos va y los prensa
y la afilada sierra le hace cubos.
(Antes que todo, para mí es un canto
oír la sierra cercenando el hierro,
me borra de la mente el desencanto
y me nace un cariño por el fierro.
Por el fierro porque este se desliza
y al deslizarse con sus dientes finos
le abre a los hierros una azul sonrisa
que el sol les dora y tórnalos divino.)
Enciende el aparato, toma el polo
le pone en el portón y la ternura
puede mirarse, pues trabaja solo
y entre chispas dejando soldadura.
Habrán de oír el golpe del martillo
que el hábil soldador levanta al aire,
el hierro enderezado con sencillo
trabajo, con destreza y con donaire.
Él sonríe de nuevo y está listo
su portón, está nítido, emblemático,
terminado en período previsto
por sus manos y el ojo matemático.
Ya recoge sus cosas y las guarda,
sierras, escuadras, lima soldadura,
mas falta un detallito que la parda
actividad precisa de pintura.
Mas el triste trabajo se le deja
por ahorro de tiempo al ayudante,
es acaso lo que ama y que maneja
es soldar y soldar en su constante
pensar en el trabajo terminado
que día a día de alegría baña
y al verlo a un punto limpio y acabado
convierte aquel trabajo en una hazaña.
¡Qué daría por ser como este amigo
quien naciendo la aurora se levanta
y a la faena embiste! Dios testigo
que en el alma este sueño se me planta.
¡Qué daría por ver entre mis manos
y entre chispas y fuego: soldaduras,
construir portones tantos entre vanos
esfuerzo conllevando mil torturas.!
¡Sonreír como aquél que en sus afanes
les da vida y fervor a hierros mudos
y acariciar sobre mi mente planes
de hacer este arte con mis dedos rudos!
Pero tal vez mi Dios así lo quiere,
que torpemente escriba con mi pluma
aunque esta dicha poco a poco hiere
mi corazón y al sueño que se esfuma.
¡Unid, amigo, con tu soladura
a mi oxidado corazón que tiene
rotas las ansias de vivir! Procura
unir esa emoción que le sostiene.
Agosto de 1999
Marcos Hernandez Sanchez