Me diste alas, me hiciste fuerte;
aguzaste mi mirada, hiciste transparente
lo arcano escondido en todo lo existente
y comprendí la vida más allá de la muerte.
Entendí entonces que te debía amar
con todas mis fuerzas oh, Rey del Amor;
mi corazón se abriría como una flor
y en él ardería tu fuego, ¡eterno altar!
Al hacerlo así, oh, Verbo Divino,
tu alado espíritu se posó en mí
llenando mi ser de celeste vino.
Y volé candoroso como un colibrí
anunciando al orbe tan grande sino,
¡arder Tú en todos, como ardes en mí!