luisa leston celorio

FABULA- HUEVOS DE GAVIOTA

Se contaba por un pueblo marinero, que en la pos guerra la gente por llevar un trozo de pan a la boca arriesgaba su vida hasta puntos hoy inconcebibles, -Hoy también los jóvenes la arriesgan, pero más por diversión que para comer, claro, que viendo lo que se ve, no es más que dar tiempo al tiempo- Prosigo. Los ricos que por entonces también los había, no se conformaban con los huevos de gallina, estos para ellos eran menos apreciados, pero sí  valoraban mucho a  los de las gaviotas.

La isla de La DEVA era conocida como el lugar  donde se podían adquirir los de mejor calidad. Se  podía suponer que  todos los huevos de gaviota eran iguales, pero no, las palmípedas que habitaban en La Deva  hacían unas puestas más abundantes y de mejor sabor. Parece ser que pese que el hábitat de estos  pájaros siempre era en las altas rocas que se hallan en la mar, no era lo mismo, ya que se daba por hecho que las aves de La Deva se alimentaban de los mejores pescados y mariscos. 

 Los hombres que arriesgaban sus vidas para recoger los huevos no lo hacían por ser los más intrépidos, sino porque se veían obligados a alimentar a su prole, que por entonces por eso de la gracia de Dios era abundante.

Para recoger  tan sabroso manjar había que aprovechar las altas mareas y si la mar estaba encrespada mejor que mejor, ya que cuando estaba  picada las gaviotas se iban de la peña a refugiarse en tierra. De no ser así, el riesgo de que las aves atacasen sin piedad al ladronzuelo de sus  preciados nidos era muy usual.  Más de un desafortunado se despeñó desde lo alto de La Deva a causa de los feroces ataques de las defensoras de sus preciados patrimonios. Antes preferían aquellos desesperados hombres morir tragados por la mar, que quedarse tuerto o muy mal trecho por causa de las iracundas gaviotas.

En una ocasión la señora de uno de los potentados del pueblo  decidió hacer un festín para los amigos de su esposo, entre otras exquisitas viandas quería deleitar a los honorables comensales con unos huevos de gaviota, eso sí, nada más y nada menos que de la Peña la Deva.

El  marido de su cocinera era el astuto y habilidoso  hombre que le suministraba los mejores y más frescos huevos recogidos de la famosa peña o islote con nombre de diosa celta. Lo que no contaba la señora de la casa, es que el tremendo temporal que se levantó en la costa hacía imposible salir del puerto y mucho menos con aquellos endebles remos y botes que en la mayoría de las veces eran sumamente precarios. La cocinera de la famosa familia, no se atrevía a decir las circunstancias que se daban ya que era posible que le costase el puesto de trabajo.  Aquella gente no estaban acostumbrados a que ni la mar les contradijera; además, aquel dinero era muy necesario en aquellos días que estaba muy cercana la boda de su hija.

Sin cortarse un pelo la cocinera encargó unos huevos de oca a una vecina a los que solía cómpralos  de vez en cuando ya que eran más baratos que los de gallina, además cundían más ya que eran más grandes, los tiñó con achicoria y los colocó muy bien cubiertos con hierba seca en una cestita de mimbre. Esta idea le vino a la avispada cocinera cuando la señora le indicó que entre las viandas  que tenía que cocinar tendría que hacer una merluza a la cazuela.

-De acuerdo señora, no tendrá menester en volver a recordármelo, yo me ocuparé de  todo, no precisa estar usted pendiente de nada. Supongo que  tendrá mucha faena con ocuparse de resolver todos los intríngulis de la fiesta. - Así respondía la cocinera con la mirada puesta en el suelo para mostrarle respeto y servidumbre

Pero mientras se mostraba muy hacendosa ante la señora ya planificaba su estrategia, sin saberlo el ama de la casa le dio una muy buena idea para resolver su problema; de modo que muy hábilmente le sugerido a la dueña una receta perfecta para cocinar tan preciados huevos:

-Vera usted mi señora, estoy recordando, que no hace mucho una invitada  de los señores marqueses, me ha dicho confidencialmente que en la fiesta de puesta de largo de  la hija de tan ilustres señores les habían servido unos huevos de gaviota que estaban muy sabrosos. ¿Sabe usted que el cocinero de la casa de los marqueses es británico?

Sin darle tiempo a responder a la señora, la cocinera seguía dándole todo tipo de detalles más que para convencer, confundir a la mujer que se estaba quedando totalmente admirada de que una señora de tal rango hiciese esas confidencias a una criada, pero lo que su cocinera le contaba no tenía  más remedio que creérselo,  ya que aquella humilde mujer no podía tener capacidad para inventarse historia tan excelente.

Seguía la sirvienta habla que habla, sin dar tregua entre palabra y palabra, ni coger aliento:

 -Pues mire usted, me ha dicho la invitada de los marqueses que el cocinero  prepara unos pasteles de carnes exquisitos, pero  que lo de los huevos es asombroso, bueno, que los borda.

-¿Que los borda!

-Si mi señora, es decir, que les salen riquísimos. Mire usted, tanto les han gustado a los invitados que le rogaron que les diese la receta, pero no lo han conseguido ya que es un secreto muy bien guardado por tan fabuloso cocinero. Pero verá usted. La dama que me lo ha contado bajo secreto eso sí, me ha dicho que le dio una buena propina al joven ayudante de cocina, que por cierto es el que hace la cena  la más de las veces, porque el cocinero le gusta mucho el trinque,- perdón señora, quiero decir el whisky - y cuando llega la hora de la cena no está para tales menesteres. 

Comenzaba a sentirse gozosa la aparente sencilla cocinera, pues estaba logrando su propósito  y remató la faena con una sorprendente  propuesta:

-Si lo tiene a bien yo haré la receta que tan guardada tiene el cocinero de los señores marqueses, ya le he dicho que me la chivó  la susodicha señora.  

No le pareció nada mal a su ama, sería todo un éxito poder comentar entre sus amigas que aquella receta era una exclusividad de la casa de los marqueses, y que se lo había contado a ella la mismísima marquesa, eso sí, sólo se lo dijo a ella por eso de la amistad que les unía, por eso le tendrían que guardar el secreto.  Quedaría la mar de bien y sus amigas se morderían de rabia al saber cómo su amiga se codeaba nada más y nada menos que con la dama más ilustre de la comarca.

-Díme mujer, ¿como se confeccionan esos huevos tan expedidos?

-Escalfados en salsa marinera, no se preocupe, verá como me salen de lujo. Lo que si le sugiero si usted lo tiene a bien, es que a  la merluza le cambie un poquito la salsa para que no tengan el mismo sabor que los huevos.

-¿Y qué haría entonces con ella?

-¡Una salsa a la sidra por ejemplo!

-¡Bien!, ¡bien!, lo dejo a su disposición, ¡pero no me fallé por Dios!.

- No se preocupe mi señora, verá cómo quedará contenta.

Por supuesto la señora quedó muy agradecida de la fabulosa propuesta de su cocinera y accedió gustosamente.   

Aquel día  la cocinera hizo una salsa verde con su consabido ajo, perejil y harina. A la vez preparó  un caldito de pescado hecho con la cola, las espinas y la cabeza de la merluza, junto a  unos crustáceos, añadió el caldo y parte de su estrategia estaba en marcha.

Retiró parte de la delicada salsa y le incorporó  un jugo de tomate y sidra. En la salsa verde escalfó los huevos de oca, en la salsa con el tomate preparó la merluza, y, ¡todo un éxito! Los huevos sabían a marisco como ningún otro que hubiesen comido hasta entonces. ¡Claro, para eso eran de LA ISLA DE LA DEVA! y cocinados con la fórmula magistral del cocinero de la casa más insigne de la comarca.

Para más satisfacción de la inteligente y astuta  cocinera no sólo le pagaron  los huevos como de gaviotas de La Deva,  sino que le dieron una buena propina por haber hecho una receta tan fabulosa.

Moraleja: ¿Quién de las dos era la astuta y quien la vanidosa? ¿Quién era la aprovechada? ¿Quién era la inteligente? ¿Quién era la que más mentía? ¿Quién era la responsable de la acción? ¿Merece alguna de ellas ser disculpadas?

 

AUTORA. ESCAPITINA

Luisa Lestón Celorio

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