La despedida... que triste.
Para alguien que quiere,
siempre habrá quien lo ame demasiado;
y a mi me toco estar de este lado.
Tu partida mas a ti me ha enganchado
y a mi corazón dejó varado
en el muelle de tu ausencia.
Amaste y dijiste adiós.
No me permitiste dormir sobre tu pecho
y poder oírte el corazón.
Nunca supe de tus miedos,
pues de hablarme de ellos
no tuviste el valor,
o tal vez el interés...
quizá eras una persona sin sencillez
que no conocía la humildad.
Yo adoraba morir en tu piel
y de ese modo ser uno mismo:
la máxima expresión del placer.
Todo cambio
cuando cambiaste tú de repente...
acaso por darte el corazón supusiste
que me puse a tu disposición
pudiendo hacer conmigo lo que quisieras,
lo que quisiste, lo que querías?
Tanto te ame yo
que te instaure un santuario en mi corazón
en el que te adoré
como a un dios
y te asumiste uno,
alejándote de mí tu vanidad
y te llenaste de soberbia
sintiéndote inmortal.
Yo no sé si pudiste olvidar los días,
los besos, la miradas;
porque yo llevo tus palabras
en la mente bien grabadas
resistiéndome a pensar que blasfemabas
haciendo del amor una travesura
que me hizo ciegamente feliz
al vivir contigo esta aventura
que me aferró en el sin razón de tus desdenes
y desplantes que justifiqué
por tener fe de que volverías a ser el de antes,
el que yo moría por ver
los primeros días de este idilio.
Ya nada tiene sentido
porque te has ido
sin motivo,
sin adiós, sin avisos.
Hoy recuerdo las veces que morí en tu piel...
nadie sabe realmente cuando ha de morir...
solo sé que esta despedida
significa para mi... la ultima muerte.