quebonitaeslamar

Espantapajaros

 

 

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Camina la tarde por una inclinada cuesta,

los rayos fatigados se agarran al horizonte

y  entre ahogados jadeos un profundo suspiro, 

el torero cubre con su capa el dulce cielo.

 

Se extiende una gran alfombra,

de verde vida fue bordada,

ahora deshilachada por  la hoz del tiempo,

los campos donde saltaban los riachuelos

y volaban las mariposas coquetas.

 

Todo en tinieblas se quedó,

se zambulló en la oscuridad hasta la última luz,

escupió la tierra campos de maíz,

sus  hojas mustias tapaban la nostalgia de su cara.

  

La figura de un espantapájaros

como guardián del podrido tesoro,

anclado  a la tierra inerte,

clavada a una estaca de palo,

¡¡gritando está su alma!!

 

Se arrancó su propio rostro,

entre las lágrimas que inundan su boca,

el recuerdo de su castigo,

haber amado al odio.

 

Entregó su alma al diablo,

de corbata y alta seda eran sus maneras,

tras la mascara, aguardaba la ira,

y su ley eran sus puños,

y su única verdad la sinrazón.

 

Largo ahora, es el abrigo de su melancolía,

sus pies se hunden en lo más profundo del barro,

un largo sombrero desdibuja las hebras de su pelo blanco,

sus brazos ya no quieren respirar.

 

Sus músculos retorcidos en la cruz,

su cabeza clavada en el suelo

¡¡el cobarde no merece mirar!!

Al son del grajeo bailan los abanicos,

picoteada por los brazos negros del infierno.

 

La sangre moja la mustia tierra.

Liberado de sus ásperas cadenas,

corre hasta el suelo,

martilleándolo con  gran estupor.

 

Allí en lo mas profundo de la tierra,

yace impávida su alma,

su castigo haber amado a quien no tenia corazón,

haber querido al amor…