Creo que verdes han de ser los tonos
que, desde siempre, evocan la textura
y la serenidad de tu rostro,
arraigado en mi sendero.
Aunque la intensidad azul,
esa que no logro saborear
sin detener mi marcha para alzar la vista,
se amarra en mi pecho;
y la desanuda.
De todos modos, inferir que es vida aquello
que brota una y otra vez,
quién sabe de quién,
blanca y fiel,
me conjura peregrino hacia sus laderas.
Y mientras tanto aquí, muy abajo,
sabe a tu piel
el ocre manso de esta tierra,
taller de vientos,
telar de distancias y de quimeras.